Requiem a Carlota Reyes.
Ayer, fiesta de los Santos Inocentes de 2012, poco antes de
las ocho de la mañana, una pequeñísima hoja del frondoso árbol de Oaxaca, una
hojita a la que el viento había llevado en un larguísimo viaje, se posó suavemente
en el regazo del Padre de los Vivos. Sólo era una pequeñísima hoja, decía, pero
cubrió de gloria al pueblo de Oaxaca, y cobijó bajo su sombra compasiva a
cientos de personas.
Como enfermera del Hospital 1° de Octubre de la Ciudad de
México, siempre veló por los enfermos que ahí llegaban. Celosamente protegía la
dignidad de las personas puestas a su cuidado, y organizaba verdaderas
filípicas cada vez que alguien olvidaba que los enfermos son seres humanos que merecen
compasión y misericordia, aunque como enferma ella nunca las exigió para sí.
Carlota Reyes García fue una mujer de pequeña estatura y
complexión débil y enfermiza, pero con la fortaleza y tenacidad de un roble. Quienes
tuvimos la fortuna y el honor de conocerla, sabemos que su vida la dedicó a
amar, a interceder, a perdonar, a rogar mucho por la gente que la rodeaba. Era
una mujer en la que no cabía imaginar un solo pecado. Sin embargo sufrió valerosamente
de diversas enfermedades, que le acarrearon indecibles y constantes
sufrimientos, que si bien no le sirvieron para santificarse ella (pues su vida era
intachable), sí que santificó a muchas otras personas, a través de la
corrección fraterna, la caridad y sobre todo del ejemplo.
Ahora que nos ha precedido en el camino a los brazos del
Salvador, si bien nos ha dejado muy tristes y con la sensación de desamparo,
porque fue madre para todos quienes la conocimos, también nos ha dejado un
hálito de esperanza. Con su ejemplo de vida nos puso en claro que su partida
sólo es una breve despedida. Siendo compasivos, misericordiosos, caritativos,
pacientes, alegres… En fin, siendo como ella siempre fue, podemos tener la
seguridad de que volveremos a reunirnos con ella en torno a la mesa del Señor, donde
sin duda ya la recibieron entre besos y abrazos doña Rufi y don David, y tantos
otros familiares y amigos. Y llegará el día en que no será necesario preguntar quién
falte, pues todos estaremos juntos.
Y tengo el atrevimiento de incluirme, aunque sólo soy un mercenario
almogávar que entró en su vida sin ser llamado, que entró a su servicio sin
tener los méritos suficientes, y que sin embargo recibí inmerecidamente la
confianza y el cariño como si fuera sangre de su sangre. Dios, que atiende
todas las súplicas que se hacen con humilde confianza, sé que tendrá a bien
volver a colocarme cerca de Carlota, de mi reina vikinga, la madre de mi
alegría, la abuela de mi orgullo y mi esperanza, la madre que ya Dios había
llamado a Su presencia.
Carlota Reyes García, descansa en paz.
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