La costumbre hace Ley.
Desde hace muchos años en México, entre los periodistas de
la fuente de Política se habla de algo que como el chupacabras, nadie ha visto,
pero muchos sostienen que existe porque le hay evidencias. Y nos referimos a un
librito que se entrega a todos los funcionarios y legisladores al inicio de su
gestión, en una ceremonia secreta. Éste es el "Manual de Respuestas
Pendejas".
Esto viene a colación por la nota de ayer, en el sentido de
que la senadora Layda Sansores San Román fue filmada en plena sesión del Senado, muy
entretenida con un juego de vídeo. Cuando a uno le sorprenden cometiendo un
acto reprobable, lo mejor es callarse la boca, bajar la cabeza y aceptar la
culpa. Así por lo menos se dirá que tiene valor y vergüenza. Valor de aceptar
las consecuencias de su yerro, y vergüenza de lo que hizo. Pero cuando se trata de justificar una mala acción, de defender lo indefendible, es
cuando más se corre el riesgo de quedar como payaso.
La senadora fue sorprendida jugando, mientras se discutía la
Reforma Laboral. Primera reacción, rasgarse las vestiduras y decir: "Me
están espiando y voy a demandar". Venga ya, si en mis tiempos de
estudiante, cuando aún no existían los teléfonos móviles ni las cámaras
digitales llegué a captar fotografías de diputados durmiendo la siesta en plena
sesión. Y eso no me convertía en espía, era sólo un estudiante de periodismo
espabilado. Pero entre los políticos está muy arraigada la costumbre de intentar ocultar los errores achacándoselos a otros. ¿O no es así?
Luego, la legisladora amenazó en conferencia de prensa, para que todo México se entere, que pedirá al
Senado todas las cintas grabadas de ese día aciago, y contratará a un experto para que
las analice. ¿Para que analice el qué? ¿Si su estrategia en el juego fue la
adecuada? Surge también la pregunta obligada: ¿Quién va a pagarle al experto?
¿El Senado? ¿Layda Sansores de sus dietas? En ambos casos, ese dinero procede de los
impuestos del pueblo. Y aunque se tratara de las dietas de la senadora, esas se
le otorgan para que represente los intereses de México y sus ciudadanos, no
para que juegue en horas de trabajo, y luego en su papel de virgen ultrajada,
pretenda desviar la atención de su desliz con la ridícula acusación de espionaje.
Luego se atrevió a decir: “Yo juego con una maquinita en una
computadora, ellos están jugando con el destino de los trabajadores…”, para luego
sentenciar: “…ese sí es un juego criminal”. Anda. ¿No es igual de criminal el
no participar en el debate que según ella no se dio? El ser senadora
plurinominal no le libra de su carácter de representante popular, y se espera
de ella (como de cualquier legislador), que estudie, participe y defienda los
intereses del pueblo que la llevó a tan elevada —e inmerecida— curul, haya
sido como haya sido. Además, en opinión de mucha gente a la que se cuestionó en
la calle, es tan grave quedarse cruzado de brazos, como participar en una discusión donde se echan por
tierra los derechos de los trabajadores.
—¿No se ofendería usted —me interpeló un encuestado— si
viera a un policía que por estar jugando con su teléfono celular permite que se
consume el asalto de un cuentahabiente? Pues es lo mismo, porque al policía se
le paga para que nos proteja, no para que juegue. Igual a la vieja esa (la
senadora).
Y luego la excusa final: La senadora quería aprender a jugar, para
hacerlo después con su nieta. Ternurita. Siguiendo el ejemplo de esa mexicana tan sagaz y responsable,
desde hoy daré al personal a mi cargo, una fracción de tiempo de su horario
laboral, para que se capaciten en cómo ser mejores abuelos. Y a partir de hoy
también, lucharé para que esta nueva victoria laboral se lleve a la Carta Magna. Después de todo, sólo
estoy siguiendo los pasos de otros distinguidos mexicanos (distinguidos por su
investidura nomás) que de la costumbre de holgazanear y hacer pendejadas con
cargo al erario, han hecho Ley.
Quod scripsi, scripsi.
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