El terremoto que viene.

La tragedia.
Es una mañana fría, con llovizna ligera desde la madrugada. El taxista dobla a la derecha para tomar la calle de Liverpool, y se aproxima al edificio de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP). Como ya le robaron uno, no lleva radio en su unidad, y su teléfono no es smartphone, precisamente por la misma razón. Debido al clima, el operador lleva sus ventanillas cerradas. Ha trabajado desde las cuatro de la mañana y está cansado y aburrido.

Como va circulando, no se percata del inicio del sismo, y tampoco tiene modo de enterarse que las estaciones de radio llevan casi un minuto transmitiendo la alerta sísmica. Otros conductores cercanos a él, que sí traen teléfonos inteligentes, tampoco escuchan la alerta, porque el gobierno de la ciudad la eliminó de una de sus aplicaciones, sin avisar a los usuarios. El caso es que para cuando las sacudidas comienzan a percibirse en el interior de los autos en movimiento, ya ha empezado a salir gente de los edificios de oficinas.

Cada 19 de septiembre se ha hecho un simulacro de evacuación, en el que todos se alegran de dejar el trabajo unos minutos, y no falta quien aprovecha para escaparse a la cafetería de la esquina. Como es un simulacro, nadie corre, todos se aglomeran en donde les dijeron, pero no hacen filas que faciliten el conteo persona por persona, y los voluntarios mal entrenados en cuestiones de protección civil, no llevan listas de asistencia. Es más, algunos ni siquiera recordaron llevar su chaleco distintivo, pues está arrumbado en el fondo del cajón de los calcetines.

En estos momentos, cuando la alerta sísmica lleva sonando aparentemente mucho tiempo, se sienten las primeras sacudidas. El personal de la SSP que ha iniciado la evacuación al escuchar la alerta, al comprender que no es un simulacro, se pone nervioso. Algunos casi corren, y van empujando ligeramente a sus compañeros. Salen del edificio hacia la calle de Liverpool, y miran hacia arriba con ojo vigilante, porque recuerdan que en algún momento les explicaron que las ventanas y cables de alta tensión pueden ser peligrosos.

El taxista y otros conductores, al tiempo que perciben las primeras sacudidas fuertes, ven de reojo que la gente comienza a salir de varios edificios con cara de espanto, e instintivamente vuelven la cabeza para tratar de determinar qué ocurre… Y dejan de mirar al frente.

Los oficinistas están mirando hacia arriba mientras evacúan el edificio, y los conductores están mirando hacia los lados. Sólo por un breve momento, pero es suficiente para que se susciten los choques y atropellamientos.

La gente que venía evacuando los pisos superiores del edificio de la SSP, son sorprendidos por el sismo a mitad de las escaleras, el punto más vulnerable de cualquier construcción. Algunos pierden pie y ruedan escaleras abajo, arrastrando a otros compañeros, especialmente mujeres que por sus tacones altos luchan por mantener precariamente el equilibrio. Momentos después, cuando el suelo ya ruge y las sacudidas son más violentas, los pasamanos comienzan a desprenderse y otros oficinistas caen al vacío. Afortunadamente, el sismo pasa y no ocasiona más daños al edificio. Lástima por las personas que ya resultaron heridas. O muertas.

Al dispararse la alerta sísmica, el Jefe de Gobierno de la ciudad activa el protocolo de emergencia, y todas las unidades de vigilancia o rescate se ponen en movimiento. Los helicópteros que aún están posados en tierra se elevan, y las ambulancias y autos patrulla abren sus sirenas y se dirigen a los puntos previamente establecidos. Sin embargo, los únicos que alcanzan sus objetivos son las aeronaves, porque los vehículos en tierra quedan inmovilizados de inmediato por el tránsito de la mañana, agravado por las múltiples obras que obstruyen las vialidades… Obras que no han sido debidamente planeadas, y que impiden el paso a vehículos de emergencia en estos momentos de verdadera necesidad.

Cuando se intenta movilizar al Ejército activando el Plan DN-3, se presentan los mismos inconvenientes. La ciudad ha quedado bloqueada.

Polanco, donde se encuentra el hospital y cuartel general de la Cruz Roja, está paralizado por las obras de la Avenida Presidente Masaryk, la principal vía que atraviesa la colonia.

Algunas secciones del segundo piso del Periférico han sufrido daños evidentes, porque esa obra tampoco fue debidamente ejecutada, por ahorrar dinero o tiempo… O las dos cosas.

El paso elevado sobre el que antes circulaba la Línea 12 del Metro en dirección a Tláhuac, a la altura de la estación Tezonco, ha perdido integridad y algunas secciones de concreto y vidrio han caído a la Avenida Tláhuac, inmovilizando el tráfico y causando bajas entre los automovilistas que circulaban abajo. Y es que los pilotes no fueron debidamente asentados en ese terreno que rezuma agua, por ser antigua zona lacustre, y donde las ondas sísmicas amplifican su intensidad.

El copiloto de uno de los helicópteros del Agrupamiento Cóndor de la Secretaría de Seguridad Pública, al contemplar la situación desde las alturas, consternado hace un comentario a su compañero a través de su micrófono, por lo que queda registrado para la posteridad: “No estábamos preparados para esto”.

Lo que ocurrió.
Lo anterior no es algo que podría pasar. Es lo que pasará en un futuro cercano. Quien sostiene que los sismos no se pueden predecir, miente. Lo único que no se puede predecir es el momento justo en que ocurrirán, pero se puede tener la certeza de que va a temblar. El ejemplo más claro es el sismo del 19 de septiembre de 1985, bautizado por la revista Time como “El asesino de México”.


En 1932, se registró un sismo de 8,2 grados de magnitud, el más fuerte registrado hasta entonces. Como es de suponer, tuvo su origen en la acumulación de tensiones entre las placas tectónicas del Pacífico y la de Cocos. Revisando los catálogos sísmicos, investigadores constataron que esa energía solía liberarse en intervalos aproximados de entre 35 y 40 años. Sin embargo, también se percataron que a lo largo de esa zona de subducción entre las placas, también había zonas “silenciosas” en las que no había temblado en más de 100 años. A estas zonas se les llamó “brechas”.

En 1981, el experto en sismología de la Universidad Nacional Autónoma de México, Shri Krishna Singh, junto con su equipo, publicaron un artículo en el que mencionaban que tras volver a revisar estudios anteriores, se llegaba a la siguiente conclusión: Dada la ausencia de perturbaciones telúricas en una zona de aproximadamente 200 kilómetros bautizada como Brecha de Michoacán, cuyo último sismo había sido en 1911 con magnitud de 7,9, se podía suponer que, o bien había dejado de ser sísmica, o estaba acumulando energía que daría origen a un movimiento telúrico “anormalmente grande”.

En ese mismo 1981, ocurrió un temblor medianamente fuerte (7,3) que afectó Playa Azul, un poblado cercano al puerto de Lázaro Cárdenas, en Michoacán. Luego de realizar estudios y cálculos, Singh y su equipo concluyeron que ese sismo no había sido suficiente para desahogar la energía acumulada en más de 70 años. Todavía faltaba lo peor. Recordar, era 1981 y Singh ya había predicho que ocurriría un terremoto en el futuro cercano.

El 19 de septiembre de 1985, a las 7:17 de la mañana, ocurrió lo peor. Algo de 8,2 grados que ha quedado grabado en la memoria colectiva del pueblo de México, y de lo que se ha escrito y hablado tanto, que no tiene caso repetirlo. Sobre todo porque no se ha hecho mucho al respecto, a pesar de que le costó al país miles de muertos, y afectó gravemente la economía nacional durante años.

A Singh y su equipo aquel terremoto  no les sorprendió mucho, pero sí les preocupó enormemente, porque vino a confirmar sus hipótesis respecto a las llamadas brechas. Y es que en esos años habían descubierto otras brechas a lo largo de la zona de subducción ya mencionada. La más preocupante es la bautizada como Brecha de Guerrero, con una longitud aproximada de 200 kilómetros, y que abarca desde Acapulco a Zihuatanejo. En esa zona no ha habido movimientos telúricos desde hace más de 100 años, lo que hace suponer que se está almacenando mucha energía telúrica. Quizá más que la que liberó la Brecha de Michoacán en 1985.

Durante una entrevista que en 1986 le realizó Gerardo Suárez, entonces Jefe del Servicio Sismológico Nacional (SSN) a Shri Singh, éste advirtió que los últimos sismos de gran magnitud en esa zona databan de entre 1907 y 1911, pero que las placas tectónicas seguían moviéndose y acumulando energía, por lo que era probable que ocurriera “un enorme terremoto… aunque no sabemos cuándo”.

Lo que ocurrirá.
En los últimos años se han detectado movimientos muy lentos en las cercanías de la Brecha de Guerrero, que no han ocasionado sismos. Sin embargo, eso no es motivo de tranquilidad, porque la energía disipada ha sido mínima. Ni siquiera sirve de consuelo recordar el sismo del 20 de marzo de 2012, que alcanzó una magnitud de 7,4 grados, pues éste no se generó en la Brecha de Guerrero, sino al sur de Ometepec.

Como no generó daños de importancia, a pesar de haber sido el más fuerte desde 1985, dejó una falsa (y peligrosa) sensación de seguridad; de “ya la hicimos”. Por eso es que tras el Macro simulacro del viernes pasado, realizado en toda la Ciudad de México, muchos comunicadores de radio y televisión decían que “ahora sí estamos preparados”, los jefes de gobierno y administración se dieron palmaditas en la espalda y levantaron las manos en gesto triunfalista, la mayoría de los capitalinos se sintieron tranquilos por saber qué hacer y cómo actuar.

Pero lo cierto es que muchas cosas están mal, y hacen concluir, al margen de lo que diga el gobierno, que aún no estamos preparados.

No estamos preparados.
El protocolo establece que desde que se activa la alerta sísmica, se tienen 90 segundos antes de que las ondas telúricas provenientes de las costas del Pacífico alcancen la Ciudad de México. Ayer, durante el simulacro, cuando ya habían pasado más de cuatro minutos (240 segundos) de que se había activado la alerta sísmica, seguían saliendo burócratas de los edificios que rodean la Plaza del Zócalo. Lo mismo se vio en el edificio de la COFEPRIS, y en la Suprema Corte de Justicia.

Como se comentó al principio, todos se arremolinaban en las cercanías de su punto de reunión, sin hacer filas ni iniciar conteos para determinar de inmediato si faltaba alguien. No había listas de asistencia por piso o por área, que permitieran a los brigadistas voluntarios determinar si hacía falta alguien. Ya no digamos un visitante, sino un compañero de oficina. Se le preguntó a varios oficinistas, y su respuesta reveló un error potencialmente letal en el protocolo. Al activarse la alerta sísmica había iniciado la evacuación.

Ya resultó evidente que 90 segundos no son suficientes para que se vacíe un edificio. Si la evacuación se inicia al dispararse la alerta sísmica, a la mayoría de las personas el sismo les sorprenderá en las escaleras, que ya se mencionó, es la parte más vulnerable de la construcción. Además, es probable que quienes comienzan a salir de los pisos bajos de los edificios, no alcancen aún sus puntos de reunión (teóricamente seguros) antes de que inicie el temblor, lo que les pone en riesgo de ser alcanzados por objetos que caen, o cables de luz que se desprenden y todavía conservan electricidad.

Lo correcto es que la evacuación se inicie cuando el sismo ya terminó. Para entonces, los brigadistas ya se habrán hecho cargo de los eventuales heridos, y las personas se habrán organizado en filas que abandonen los edificios en orden (si pueden), o permanezcan reunidos al interior, y no desperdigados por todo el inmueble. Durante el movimiento telúrico lo que tienen que hacer es colocarse en los lugares previamente señalados donde puedan estar lo más protegidos posible en caso de que se caigan objetos, se rompan ventanas o incluso el edificio se colapse.

Todo esto debe tenerse presente y ensayado, por una razón que el protocolo de protección civil no está contemplando. De la Brecha de Guerrero a la Ciudad de México sólo hay 175 kilómetros. Esto significa que las ondas sísmicas alcanzarían la Ciudad de México unos 60 segundos después de que se inicie el terremoto. No en 90 segundos.

Los “milagros” de quienes sobrevivieron entre las ruinas de los edificios, tras el terremoto de 1985, nos han dejado una lección: Cuando un edificio empieza a colapsar, el lugar más seguro es al lado (no abajo) de muebles sólidos que conformen un pequeño espacio vital donde pueda guarecerse una persona. El llamado “Triángulo de la vida”.


El protocolo también debería considerar señales visuales y procedimientos bien establecidos y publicados para los automovilistas a quienes sorprenda un sismo durante la conducción. No se puede dar por hecho que todos los vehículos automotores traen radio, y por lo tanto escucharán la alerta sísmica cuando ésta se active. Pero tampoco es prudente la idea (ya planteada en alguna ocasión ante funcionarios de la delegación Benito Juárez) de colocar altavoces en lo alto de edificios, para que suenen cuando se aproxime un sismo. Eso generaría pánico difícil de controlar, lo que puede llegar a ser tan peligroso como el terremoto mismo.

En conclusión, resulta evidente que la Ciudad de México no está preparada para otro sismo como el de 1985. Y los capitalinos no pueden permitirse el esperar a que el gobierno local o el federal hagan algo más, porque no lo han hecho. No han aprendido la lección (lea en este mismo blog el artículo Lección mal aprendida, publicado el 19 de septiembre de 2012). Es necesario que cada jefe de familia, cada supervisor o jefe de piso de cualquier tipo de empresa, trabajo u oficio, soliciten asesoría especializada para poder preparar y orientar a la gente bajo su cargo, sobre cómo actuar cuando el terremoto se aproxime.

Como apremio, sólo basta tener presentes las palabras del doctor Víctor Hugo Espíndola Castro, del SSN, en el sentido de que el sismo del 20 de marzo de 2012, de 7,4 grados, “no tiene comparación con el ocurrido el 19 de septiembre de 1985. Aquel terremoto liberó energía equivalente a 20 sismos de 7,4. De ocurrir uno similar al de 1985, dudo que los resultados sean los mismos… No debemos ser triunfalistas. Lo mejor es estar alertas”.

Tiene razón.

Notas del autor:
Los sismos descritos en este artículo ya no están medidos en grados Richter, pues ésta no resulta adecuada para medir magnitudes altas. Desde 1979, los sismólogos Thomas C. Hanks e Hiroo Kanamori crearon una nueva escala logarítmica que mide y compara sismos de grandes proporciones, basado en la medición de energía total liberada durante un terremoto. Se le llama Magnitud de Momento (Mw), y es la que se utiliza para señalar los grados de magnitud referidos en este artículo.

Toda la información científica referida en este artículo fue proporcionada en su momento por el Servicio Sismológico Nacional (SSN), y también por la investigación periodística que en junio de 2012 hizo pública la periodista Sarai J. Rangel, bajo el título Peligro latente. A la institución y a la reportera, mil gracias.

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