Gracias, Señor.

Buen día, Señor. Desde que anoche me confiné a mis habitaciones, hice el firme propósito de despertar un poco más temprano el día de hoy, para intercambiar unas palabras contigo. 
Con un hermano Samaritano. Cortesía: Ordre de Samaritans.

Decía Mel Gibson en la épica película Brave heart, que todos los hombres mueren, pero pocos viven realmente. Hoy que cumplo 45 años, no estoy seguro de si entro en la categoría de los que van a morir o los que realmente han vivido. Sólo tengo la certeza de que me he divertido como enano de castillo. Como todos, he pasado épocas oscuras, algunas renegridas, pero al final, por tu misericordia, siempre sale el sol y vuelvo a levantarme, me sacudo el barro, limpio mi espada y me apresto a la lucha nuevamente.

Hoy quiero darte las gracias, no por los años vividos, sino por todas las personas que he conocido y que han hecho que valga la pena vivir. Gracias por mis papás, desde luego. Igual mis abuelitos Conchita, María Teresa y Jesús, a quienes echo de menos todos los días. Igual a mi mamá Cristi, que sin duda me cuida desde el cielo a todas horas. De lo contrario, no me explico cómo es que he sobrevivido hasta hoy.

También te doy las gracias por mis padrinos, que aunque yo desaparezca del mapa periódicamente, siempre que vuelven a encontrarme me escriben y se preocupan por mí, a pesar de que ha pasado ya casi medio siglo desde que me tomaron en brazos y encendieron una vela por mí. 

De entre los recuerdos más entrañables que tengo de ellos, está aquella vez (que Tú recordarás porque Tu Santa Mano nos protegió), hace unos 35 años, en que nos fuimos de campamento, mis padrinos en su vagoneta y mis papás y yo en el coche de la familia. De regreso sufrimos una volcadura en la carretera, sin graves consecuencias, pero que me obligó a buscar refugio entre mis primos. Mi madrina Cristi vio que estaba yo al borde del pánico, y lo único que se le ocurrió fue quitarles la bolsa de patatas fritas a mis primos, y dármela a mí. Santo remedio. El susto se me fue como por ensalmo. 

O de hace unos 40 años, que recordarás tuve mi primer encuentro cara a cara con Papá Noel. Mi abuelita Concha solía contarme que todos mis primos y yo nos quedamos alelados cuando vimos bajar por la escalera de la casa de mis padrinos, al amado personaje con su traje rojo y barba blanca. A partir de ese día supe que, en primer lugar, Papá Noel no es del Polo Norte, sino de Andalucía; y en segundo lugar, que no hace <<¡Jo jo jo>>, sino que grita <<¡Eh, Paco! ¡Deja 'e dar la tabarra o te suelto una hostia!>>

Con hermanos de la Tuna, en Taxco, Guerrero.
Igualmente te agradezco, Padre, por los pocos pero excelentes amigos. Y qué digo amigos, más bien hermanos que me permitiste elegir. Algunos, de mis años de estudiante, se perdieron en la distancia y el tiempo. Otros reaparecieron y hemos seguido nuestra amistad donde la dejamos, aunque sea por medios electrónicos. Puedo presumir también que tengo amigos entrañables que usan capa sin ser súper héroes, y otro que primero usó capa y ahora sotana, y que sí es un héroe. Porque me enseñó con su ejemplo que, confiando en Tu misericordia, uno puede levantarse de entre sus propias ruinas para seguir su vocación, contra todo pronóstico. 

Me siento especialmente agradecido por los adolescentes, algunos niños, que hace 10 años tuve la dicha de tenerlos como discípulos, y hoy me sacan del retiro para volver a acompañarles, siendo ya hombres y mujeres de bien. Es un orgullo volver a servir bajo su bandera, portar sus colores y pisar las tablas en su compañía. Fachis, Yomis, Lupita, Liss, Chucky... Mil gracias.

También te agradezco, mi Dios, por las damas que en diversas etapas de mi vida le dieron rumbo, diversión o incluso dolor a mi vida. Todo lo bueno se los agradezco. Todo lo malo, si no fue por mi causa, se los perdono de corazón. Tú sabes que pese a la fama que me precede, no fueron muchas mujeres. Siempre fui más enamorado que casanova. 

Muy especialmente te alabo por la mujer que pusiste en mi vida, y que accedió ser copartícipe contigo en el milagro de la Creación, al darme los dos regalos más grandes que un hombre puede recibir. Dos regalos que, cuando caigo, me aferran con manitas pegajosas de dulce; que cuando desfallezco de agobio y desesperanza, se abrazan a mis piernas con una fuerza y un amor que sobrepasan sus estaturas; que siempre encuentran algo que hacer con su papá... Justo cuando estoy empezando a escribir mi obra cumbre; que cuando estamos juntos se quejan de que soy un gruñón, y a los cinco minutos de separarnos ya están preguntando <<cuándo volverá papá>>. 
Carlos, Yaiza y Gaby.

En resumen, gracias Padre, por mi familia y mis amigos. Dame las fuerzas necesarias para algún día ser merecedor de tanto cariño y devoción. Sigue bendiciéndolos, y multiplícales todo el bien que a mí me han dado. Te lo pido por Jesucristo, Hijo Tuyo y Señor Nuestro.

Amen.

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