Luz del mundo.

Desde la víspera de la Fiesta de la Epifanía del Señor, el 6 de enero, mientras la familia se reúne en torno a la <<Rosca de Reyes>>, inician las bromas cuando a alguien le sale <<el muñequito>>. Ese muñequito en realidad representa al Niño Dios, y a quien le aparece en su porción de rosca, se convierte en padrino para la fiesta en que el Santo Niño será presentado en el templo. A esa fiesta se le conoce como La Candelaria, o Fiesta de las Candelas. 
Iglesia de La Candelaria. Coyoacán, México.
Foto cortesía de México al máximo.

Como muchas celebraciones cristianas, tuvo su origen en una fiesta pagana llamada de las Lupercales, en la que se hacía una procesión con candelas. En los primeros años de la Iglesia, los cristianos hicieron propia la celebración ajena, para conmemorar la presentación del Niño Jesús en el templo, a los 40 días de Su natividad. Así lo establecía la Ley de Moisés, fundamentada en el tiempo de purificación de la madre, en este caso María Santísima.

En México, después de la conquista, se dio otro sincretismo religioso del que hoy pocos recuerdan. El 2 de febrero, los aztecas presentaban a sus dioses ofrendas de mazorcas, poco antes de iniciar la época de siembras. Hoy ya no se venera a esos dioses prehispánicos, pero sí se celebra la candelaria con alimentos elaborados con maíz: Atole y tamales.

El sincretismo religioso no termina ahí. Para el resto de la Cristiandad, el ciclo de penitencia y purificación inicia con la Cuaresma. Entre los pueblos indígenas de América, ese ciclo comienza precisamente con la Fiesta de la Luz.

Sin embargo, la Fiesta de la Candelaria no sólo consiste en atiborrarse de tamales y beberse hasta el último sorbo de champurrado. Tampoco es llevar al Niño Dios <<a escuchar misa>>. Esos son símbolos, son tradiciones. Lo verdaderamente importante, es lo que generalmente olvidamos como cristianos.

En esta fiesta se celebra la Purificación de María, y a Jesús Luz del Mundo. Cuando pasamos eso por alto, estamos siendo como la lámpara que se enciende para luego ocultarla, de que habla el Evangelio (Mt 5, 15-16). Es en esta celebración cuando con más fervor debemos llevarnos la mano al corazón, y manifestar que deseamos ser reflejo vivo y puro de Jesús, Luz del Mundo. Que deseamos con humildad ser ejemplo de vida honesta, pacífica, trabajadora y leal a Cristo. Y desde luego, poner todo el empeño en cumplir a cabalidad ese propósito.

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