La verdadera injusticia.


Ayer noche escuché en el telediario de una fonda, la noticia referente al arresto en Hermosillo de uno de los matrimonios que perdieron un bebé en el trágico incendio de la guardería ABC del Instituto Mexicano del Seguro Social, acaecido el 5 de junio de 2009. 

Aunque al principio se les informó a los detenidos que se les arrestaba “por orden superior”, luego el municipio rectificó y les aplicó el cargo de vandalismo en flagrancia, por haber hecho “una pinta” en la Plaza Zaragoza (la más importante de la capital del estado de Sonora) durante una manifestación. 

En esos momentos yo sorbía un café y mordisqueaba una quesadilla, y escuché que una madre de familia exclamaba: ¡Vaya injusticia! 

—¿Dónde está la injusticia? —pregunté.

El puesto de quesadillas, que estaba ocupado a plenitud por amas de casa con delantal, señores con la corbata mal anudada y actitud de haber tenido un día pesado, jovencitas fragantes y frescas como rosas recién cortadas, quedó abruptamente en silencio. Todos los comensales sin excepción, se volvieron hacia mí con miradas de “No mames”.

—Pero, ¿es que no sabe que a esos papás se les murió quemada su hijita? —me interpeló una señora de cabello blanco, espurreando manteca y atragantándose de indignación.

—Se murieron casi 50 niños en aquel incendio —apuntó otra comadre.

—Y quedaron heridos casi un centenar más —acotó uno de los señores, mientras medía con ojo experto mi capacidad de combate, con evidentes ganas de soltarme un soplamocos.

Entonces doña Cuca, que había estado a punto de entregarme mi gordita de queso, cambió de opinión y volvió a ponerla en el comal.

—¿Y todavía pregunta dónde está la injusticia? —me interpeló.

—Sí. ¿Dónde está la injusticia de que les hayan arrestado?

A la mujer de cabello blanco casi le dio un soponcio ahí mismo. Y aunque yo era el único paramédico en varias calles a la redonda, estoy seguro que habría preferido morir antes que ser asistida por un pendejo como yo.

—Pues la injusticia está en que los arrestaran. Están sufriendo porque perdieron a su hija —explicó un oficinista, con el tono que seguramente reserva para los retrasados mentales graves, como algunos de esos que vegetan en el Palacio de San Lázaro.

—No veo tal injusticia en ese hecho —opiné.

En ese momento tuve un atisbo de lo que en el medievo sentían los condenados a la hoguera.

—Miren ustedes —expliqué, mientras alzaba las manos conciliador—. Para exigir justicia siempre es importante saber sobre qué se puede exigir justicia.

Una de las jovencitas asintió de manera casi imperceptible… y como a regañadientes.

—Si usted sorprendiera a uno de esos padres de familia garafateando el zaguán recién pintado de su casa, ¿no se molestaría? —le pregunté a Copito de algodón… Quiero decir, a la venerable mujer del cabello cano.

—Bueno… pues sí.

—Pues aquí ocurre lo mismo. Aunque en realidad se les detuvo “por orden superior”, es decir por el deseo ventral de algún funcionario, luego corrigieron la plana al ver que se les podía colgar el sambenito de vándalos. Porque si nos referimos a la definición que de “vandalismo” da la Real Academia de la Lengua, éste es “Espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana”. Ergo, si pintaron en la explanada, destruyeron propiedad del Estado. Por lo tanto, en este caso el arresto forma parte de la impartición de justicia.

Algunos comensales ya habían vuelto a masticar, pero todavía sostenían los tenedores en ristre.

—De ahí mi pregunta retórica —continué—. El reportero hace patente su inconformidad por la “injusticia” de que fueran arrestados los papás, a pesar de que la detención procedía conforme a Derecho. Y es que, por lo menos en teoría, nadie debe quedar por encima de la Ley. 

Luego de mirar con nostalgia mi gordita de queso, ya a medio carbonizar, continué:

—La verdadera injusticia en este caso, radica en el hecho de que ninguno de los responsables directos e indirectos de todos los errores y omisiones que impidieron el rescate de esas inocentes víctimas, ha purgado a plenitud la culpa a la que se hizo merecedor. Es en esa vergonzosa impunidad, avalada por el gobierno en todos sus niveles, donde radica la verdadera injusticia. En eso y en el hecho innegable de que en México algunos sí quedan por encima de la Ley… Tan encima que hasta la pisotean.

Todos los comensales asintieron, opinaron en mi favor, doña Cuca me entregó mi gordita, una de las jovencitas me sonrió con coquetería, y el señor que reparte garrafones en el barrio pidió un refresco para mí.

—Es importante saberse expresar, y para ello es menester saber primero qué se desea transmitir, y luego utilizar las palabras adecuadas, para evitar malos entendidos. Por ejemplo cuando se habla de la interrupción legal del embarazo. Muchas mujeres justifican la acción de abortar, invocando su derecho inalienable a decidir sobre su propio cuerpo. Pero se olvidan que el niño que crece en su vientre es otro cuerpo, otra alma… en resumen, otro ser humano. Y cuando abortan, están tiñendo sus manos con sangre de un inocente, amparadas en la Ley. Eso, creo yo, también es injusticia. 

Nadie me respondió. Pero apuré mi gordita y mi refresco, pagué y me encaminé a casa por otro camino… por las dudas.

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