Acto cobarde.
Un feroz incendio se inició en la ferretería La sirena, ubicada en las calles de
Palma y 16 de septiembre, en el centro de la Ciudad de México. Corría el 28 de
noviembre de 1948.
Ese día, en medio de una catástrofe en ciernes, el Cuerpo de Bomberos de la capital
mexicana se cubrió de gloria, realizando audaces maniobras para evitar que el
fuego se propagara y consumiera toda una manzana, salvando así los bienes y
vidas de cientos de compatriotas. Sin embargo, el costo para el Cuerpo fue demasiado alto: Doce
valientes traga humo quedaron
sepultados vivos en las ruinas de La
sirena, donde al fin alcanzaron las ramas de olivo reservadas a los héroes
que mueren en el cumplimiento del deber.
Considerando los arriesgados actos de los bomberos desde
su fundación, acaecida el 20 de diciembre de 1887, incluyendo su papel en la Marcha de la Lealtad del 9 de febrero de
1913, y sobre todo por el valor sin límites que mostraron sus elementos aquel
aciago 28 de noviembre en La sirena,
en 1951 el entonces Presidente de México, Miguel Alemán Valdés, entregó al Cuerpo de Bomberos una bandera, a
través de su comandante, Coronel Evodio Alarcón, y concediéndole el honroso título
de “Heroico”:
“Al Heroico
Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de México, vengo en nombre de la Patria a
encomendar a vuestro valor esta Bandera que significa su independencia, su
Gloria, su Honor, su Patria. Tengo el honor de ponerla en vuestras manos para
que juréis amarla, defenderla y honrarla. Yo os pregunto con fundamento en las
virtudes que os conozco: ¿Sabréis cumplir vuestra promesa?”
A la fecha, cada vez que una alarma suena en cualquiera
de los cuarteles de Bomberos de la Ciudad, los traga humo que acuden al llamado de su destino, vuelven a responder
orgullosa y positivamente a esa pregunta. No es un secreto que más de una vez
han sido víctimas de la burocracia y los malos manejos del presupuesto; que el
equipamiento y uniformes con que los dota el Gobierno de la Ciudad de México (y antes la Regencia del Distrito Federal) son obsoletos y no garantizan la
mínima seguridad que requieren los Bomberos para el adecuado desempeño de su
labor.
Alguna vez han anunciado que se ponen en huelga, y sin
embargo a la primera llamada de emergencia, anteponen su voluntad de servir a
su Patria y a sus conciudadanos, y olvidando huelgas y descontentos laborales abordan
sus unidades para acudir a una cita más con la muerte y con la gloria.
Esa conducta valiente e incondicional les hace más
vulnerables a las maniobras presupuestales y laborales de políticos y
tecnócratas sin escrúpulos, que les reducen sus ya de por sí magros
presupuestos, les agobian con horarios de trabajo inhumanos e indignos de un
país libre y soberano, y los ningunean en la seguridad de que una huelga de
Bomberos nunca será tal.
Hoy amanecemos con la noticia del despido de unos
Bomberos que apenas en mayo pasado fueron condecorados al valor. ¿La razón del
despido? Hicieron una justa petición de uniformes nuevos.
Ese despido moralmente injustificado, deja en claro dos
cosas: Primera, la intolerancia de algún funcionario de alto nivel del gobierno
de la Ciudad de México; funcionario que sin duda aspira a un puesto en el
gobierno de Andrés Manuel López Obrador, caso de que resulte Presidente electo.
Y segunda, que ese mismo funcionario y aquellos superiores que le respaldaron
en la decisión (incluyendo al Jefe de Gobierno de la Ciudad, Marcelo Ebrard),
sabiéndose de antemano a salvo de cualquier acción en su contra por parte de
los Bomberos, cometieron la canallada de despedir a unos héroes
injustificadamente.
Y un acto así de cobarde es inaceptable para un pueblo
agradecido, que en los momentos de terror y angustia siempre encontrará solaz y
ayuda en el Heroico Cuerpo de Bomberos
de la Ciudad de México.
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