Feliz Día del Padre.
Hace poco una persona tuvo la estresante y divertida
experiencia de conocer a mis hijos. Primero en forma muy solemne, mi hijo de
seis años inclinó ligeramente la cabeza y se llevó la mano a la frente, como
para quitarse un sombrero imaginario. El antiguo saludo militar. Mi hija de dos
primaveras, se limitó a observar al recién llegado, tras la imbatible
protección de la pierna de su padre.
A los pocos minutos, no obstante, cuando ya se habían
convencido de que el hombre era “de los nuestros”, iniciaron el asedio. No
porque fueran armados de pistolas de rayos desintegradores, me refiero a que
empezaron a preguntar que si quería café, que si comía galletas, que si le
gustaban “Los cazadores de dragones”, que si patatín, que si patatán. El
anciano con mucha paciencia escuchaba sus opiniones y les planteaba preguntas
interesantes.
—Yo soy soldado, como mis abuelos —declaró solemne mi
primogénito mientras mostraba orgulloso su arma, hecha por él mismo con bloques
de ensamble.
—Yo soy —explicó mi princesita— La pulguita feroz (fedoz,
dijo).
Por más que yo intentaba apartarlos de ahí, para no quitarle
el tiempo al anciano, éste me hizo señas de que los dejara platicar. Por fin decidió
que ya estaba bien, y les encomendó la honrosa misión de revisar el perímetro y
vigilar la puerta. Mis dos comandos se marcharon al paso veloz.
—Tiene unos chicos estupendos. Y su hija tiene un
vocabulario muy desarrollado para su edad. De inmediato se nota que es hija de
un escritor.
Orgulloso, yo sólo murmuré unas palabras de agradecimiento,
pues creo que ha sido la madre quien ha hecho de ellos lo que son. Yo estoy en
el trabajo todo el día y parte de la noche, con sólo una breve visita a la hora
de comer.
—Es usted un buen padre —concluyó el anciano.
Con un nudo en la garganta sólo atiné a decir:
—Debería conocer a MI padre.
Muy bonito relato, sr. ¡Felicitaciones!
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