¿Intervención divina?

Imagen cortesía Blogspot.
En su vida, y durante el cumplimiento del deber, muchos soldados en todos los ejércitos del mundo, deben tomar decisiones que ponen en peligro su cordura y su alma. A veces, los que sobreviven a la guerra y cambian su vida, con los años encuentran la redención. Pero no todos son así de afortunados. Algunos mueren en el fragor del combate, cumpliendo su asignación; otros pasan el resto de sus vidas atormentados por lo que tuvieron que hacer, o dejar de hacer, sin medios para enmendarlo.

Savior, o Espíritu salvador, es una película del afamado norteamericano Oliver Stone, ambientada en la guerra entre serbios, bosnios y croatas, que bañó en sangre el territorio de la antigua Yugoslavia. Como muchas de sus películas bélicas, ésta pretende provocar al espectador, sacudirlo hasta los cimientos de su conciencia, contando la historia del soldado estadounidense Joshua Rose.

Apoltronado en su butaca, el espectador ve en la pantalla la magnitud de las crueldades de que es capaz un ser humano. Lo dramático es que el mal no siempre se manifiesta durante el combate, es decir, Stone pone en evidencia la maldad intrínseca de ciertos seres humanos que, eso sí, parecen medrar en los conflictos armados. 

Joshua Rose pertenece al personal militar de la embajada norteamericana en París. Una tarde, en un bistró ubicado frente al edificio consular, se reúne con su mujer y su pequeño hijo, para el que es, como en la mayoría de los casos, su dios, su héroe y su ejemplo a seguir. Si bien han quedado en ir al cine, son interrumpidos por el mejor amigo de ellos, Peter, también empleado de la embajada, que le explica a Joshua que hay una alerta terrorista contra París, y se le requiere de inmediato para tratar de encontrar el sitio del ataque, antes de que éste ocurra. 

Atribulado, deshaciéndose en disculpas y mencionando la devoción al deber, Joshua se despide de su familia, visiblemente dolido por el desencanto que ve en el rostro de su hijo. De pronto recuerda que le ha llevado un obsequio, y le entrega una pesada cruz de oro, como reconocimiento a la devoción que el niño tiene a la Celebración Eucarística del rito romano. 

Mientras atraviesan las puertas blindadas de la embajada, los dos amigos se enteran de pronto cuál es el objetivo terrorista del que han sido alertados. Adquieren la certeza cuando la onda expansiva de una explosión los arroja al suelo, mientras se ve cómo el bistró vuela por los aires. De inmediato Joshua corre a buscar a su mujer y a su hijo, sólo para encontrarlos muertos en medio de la devastación. 

Durante las exequias, Joshua recupera el crucifijo que le había dado a su primogénito. Ahí su superior le promete que encontrarán a los culpables para llevarlos a la justicia, y el soldado le dice que no hace falta buscar mucho, pues a la vuelta de la esquina hay una mezquita llena de musulmanes. El oficial le ordena que se incorpore pronto al trabajo, ignorando el comentario mordaz de su subalterno. Éste sale airado a la calle, seguido a los pocos minutos por Pete, que teme lo peor. Joshua entra en la mezquita, donde están orando algunos muslimes, y empieza a dispararles sin compasión. Al terminar con la ejecución abandona la mezquita y es encontrado por Pete. Mientras están en la acera, impactados por lo que ha ocurrido, asoma uno de los heridos, armado con una pistola, dando a entender que Joshua tenía razón. Los culpables del atentado se refugiaban en esa mezquita. Pete lo abate en defensa propia.

Leal a su amistad, Pete sigue a Joshua hasta la Legión Extranjera francesa, donde ha buscado refugio para no responder ante su crimen. Ahí recibe adiestramiento como francotirador. Varios años después, hastiado de intervenir en conflictos que le son totalmente ajenos, Joshua decide buscar una guerra donde pueda tomar venganza contra los musulmanes que mataron a su familia. Y así es como llega como mercenario a la guerra en la ex Yugoslavia, siempre seguido por su fiel amigo Pete. Es tal el deterioro moral que ha sufrido, que no duda en abatir niños, si el cumplimiento del deber lo impone. 

Durante el conflicto, Joshua pierde a su amigo Pete en un ataque, y días después es testigo forzado de un intento de hacer abortar a una mujer que ya está a término. Al principio pretende mirar hacia otro lado mientras su camarada de armas serbio patea en el vientre a la joven musulmana. Sin embargo, se impone su olvidada compasión y, tras advertir a su compañero que no siga, se ve en la necesidad de abatirlo. 

Ayuda a que la mujer dé a luz a una niña que, afortunadamente, no presenta secuelas por la golpiza que recibió su madre. A ambas las lleva al hogar de la muchacha, donde el padre la repudia y le pide que se marche. Joshua busca llevar a la madre y al bebé a algún campo de refugiados, venciendo miles de obstáculos. Al ser producto de una violación por botín de guerra, al principio la mujer repudia a su hija, no hace nada por ella e incluso trata de arrojarla del auto, pero en el último instante se impone su instinto de maternidad y entonces empieza a ayudar a Joshua, que desea salvar a la niña recién nacida. 

El mercenario norteamericano resulta herido en un tiroteo, y sobreponiéndose al dolor y la pérdida de sangre, continúa en el intento de llevar a salvo a las dos criaturas que por capricho del destino (¿o intervención divina?) le ha tocado conocer. Se quedan sin combustible, y al tratar de robar gasolina de una lancha, son descubiertos por el dueño que, lejos de enfadarse los invita a pasar a la casa. Ahí él cura a Joshua mientras la mujer prepara alimentos y alojamiento para los tres viajeros. Cuando el buen samaritano se entera que el estadounidense pelea por los serbios, le explica que él es croata, su mujer es serbia, y antes de la guerra nunca había existido la menor diferencia. 

Al día siguiente les regala su bote para que lleguen a una ciudad donde hay estación de autobuses. La mujer, conmovida por la separación, aun sabiendo que la chica es musulmana, le hace la señal de la cruz con innegable cariño, le da el beso de la paz, y es correspondida por la joven madre. Como Joshua está cada vez peor de su herida, se queda con la bebé, ocultos en un bote, mientras la madre va a informarse sobre las corridas de autobuses que les puedan llevar a la ciudad más cercana con tropas de paz. A la postre logra abordar un autobús que pasa frente al embarcadero donde el soldado está escondido con la niña. 

A unos metros del embarcadero, los intercepta una milica y obliga a todos los pasajeros a descender del autobús. El suboficial que va con la tropa, es un sádico psicópata que lleva en una bolsa de golf diferentes tipos de martillos y mazos, con los que gusta matar personalmente a los musulmanes que caen en su poder. Empieza a matar a los pasajeros uno por uno, mientras Joshua monta su rifle y trata de evitar el asesinato. Sin embargo son muchos soldados, y cuando su compañera de viaje adivina las intenciones de su amigo, le hace una seña discreta de que no haga nada, para que pueda seguir protegiendo a su hija. Entonces empieza a cantar una canción de cuna típica de su pueblo, lo que atrae la furia del asesino, que la mata sin contemplaciones y precipita la ejecución del resto de los pasajeros, y haciendo que los milicianos se marchen. De ese modo, su sacrificio salva a Joshua y al bebé. 

Horas después el norteamericano debe ceder la cruz de oro que era de su hijo, para poder abordar un autobús que lo lleve a salvo a la ciudad con fuerzas de paz. En el autobús una joven serbia repara en él y el bebé, y cuando arriban a la estación de autobuses, y Joshua pregunta por las instalaciones de la Cruz Roja, ella es quien le orienta y le ve alejarse. 

El soldado llega desfalleciente a las instalaciones de la benemérita, abre una ambulancia y coloca a la niña en el asiento delantero. Escribe el nombre de la madre en una hoja, decidiendo que así se ha de llamar la bebé, y en una escena conmovedora, se despide de una criatura que no es suya y al parecer nunca lo será, y le confiesa cuánto la ama, como si fuera su propia hija. Luego, entre los gorjeos de la recién nacida,  le dice que si llora, en seguida vendrá alguien a rescatarla y a darle una vida feliz. "Porque no puedes acompañarme a donde yo voy", le explica con un nudo en la garganta, que se contagia al espectador. 

Joshua camina hasta un pequeño malecón, donde se deshace de su carné que lo acredita como miembro del ejército serbio, y también arroja al agua el rifle y demás pertrechos. Luego se arrodilla, vencido por el dolor, y ahí queda apoyado en una banca de hierro. 

Cuando uno se ha resignado a ver morir al sufriente y valeroso soldado, abandonado y en medio de mucho dolor, y a que nunca sabrá qué fue de la niña, aparece la muchacha del autobús, que lleva en brazos al bebé y se ofrece a llevarlos a los dos a un hospital. 

--No tienes que abandonar a tu bebé --le dice al soldado--. Porque es tuya, ¿verdad?

--Sí --responde Joshua--, es mi hija.

Y la mujer guía a los dos desamparados a lo largo del malecón.

Conclusión.

No es una película fácil de ver. Las escenas de violencia y de odio, que le hay muchas, si bien no son explícitas, y casi no muestran sangre, hacen que el estómago se encoja y se haga un nudo en la garganta. Incluso a un veterano. En lo personal, esta película que encontré por casualidad (¿o intervención divina?) removió recuerdos... Avivó las llamas de un infierno que aunque pierda fuerza nunca se apaga, y que arde en mi conciencia desde hace mucho tiempo. Pero también trae la esperanza de que, quizá algún día... Dios me conceda la redención que con tanta desesperación he buscado todos estos años.


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