Demasiado tarde.

Sorpresiva noticia la de la renuncia de Luis Videgaray Caso, que ocupaba el cargo de Secretario de Hacienda en el gobierno de Enrique Peña Nieto, en México. Sorprende la noticia, porque en cuatro años ha quedado demostrado sin lugar a dudas, que para ocupar un puesto en los gobiernos federal o local, es requisito indispensable ser un redomado imbécil. El ejemplo más notorio, desde luego, es el del Jefe del Ejecutivo. 

Resumen de una gestión. Cortesía: Diario El mañana.

Como dice un chiste local, la renuncia llega demasiado tarde. México está a un paso de una nueva recesión económica; las proyecciones económicas de Videgaray, basadas en el petróleo ya valieron madres; la deuda externa que dos gobiernos panistas habían logrado reducir otra vez se ha incrementado; las reservas internacionales que se juntaron en 12 años se volatilizaron tratando de defender una moneda indefendible... Eso en lo que respecta a la economía. 

Pero por si fuera poco, al meter mano en asuntos que no eran de su competencia, Videgaray dio el peor consejo que pudo a su Jefe Enrique, y dio al traste con el poco respeto que este gobierno priísta, tal vez, aún conservaba en el ámbito internacional. También consiguió enfriar aún más las relaciones diplomáticas con el gobierno demócrata de Estados Unidos. Incluso la candidata de ese partido por la presidencia de la Unión Americana, Hillary Clinton, declinó la invitación de visitar México. Por razones fáciles de suponer.

Durante la conferencia de prensa a la que convocó, para dar a conocer la renuncia de ese pésimo consejero, Enrique Peña agradeció la labor de Videgaray. Exactamente en el mismo tono en que disculpó los insultos de Donald Trump a México. 

Dice la sabiduría popular que la voz del pueblo es la voz de Dios. Si del pueblo hubiera dependido, a Videgaray y a Trump los hubieran despedido, no con aplausos ni palmadas en la espalda, sino de un puntapié en las nalgas... Luego de haberles dado un puñetazo en los güevos, para no dejarles ganas de volver por más.