El beso de Judas.

La última vez.

Cuentan los viejos que fue Luis Echeverría Álvarez (del Partido Revolucionario Institucional PRI) quien, siendo presidente, endrogó absurdamente al país por primera vez, terminando con la bonanza que vivía México desde tiempos de Lázaro Cárdenas, Tata Lázaro
Inundación Presa Falcón. Cortesía: Línea directa.

También rememoran que a principios de los años 70 del siglo pasado, la internacional presa Falcón (ubicada entre Tamaulipas y Texas) se desbordó, ocasionando graves inundaciones a ambos lados de la frontera norte de México, y dejando sin hogar a muchos mexicanos. Son menos los que recuerdan, en cambio, que Luis Echeverría Álvarez era muy dado a posar para los reporteros gráficos, en actitudes paternalistas y solidarias. Por ello no causó sorpresa que al visitar la zona de desastre, se levantara las perneras, y con las piernas descubiertas se metiera en el agua y empezara a trabajar hombro con hombro junto a los brigadistas. Lo que sí causó sorpresa fueron sus palabras, cuando alguien le avisó que una delegación humanitaria, enviada por el presidente norteamericano, se aproximaba para saludarlo.

--Señor presidente --le dijo su ayudante de campo--, bájese los pantalones, que ahí vienen los gringos.

--Ah, chingá --se sobresaltó Echeverría--, ¿pues cuánto les debemos?

Hasta ahora.

Enrique Peña Nieto, presidente de México, muy al principio de su mandato ya fue proclamado "carne de pitorreo" por sus torpezas. Nadie le toma en serio, e incluso entre los empleados de gobierno de bajo nivel se cuenta un chiste: "Peña, presidente. Jajajajaja". Entre sus más cercanos colaboradores, es obvio que menos le hacen caso, pues saben de quien es la mano que realmente mece la cuna. Entre el pueblo, por el gobierno errático y avorazado que ha representado, la desobediencia civil cada vez es más evidente, lo mismo que su falta de respeto por el presidente mismo. 

Conforme el tiempo pasa, y sus decisiones en economía nacional empiezan a golpear más fuerte el bolsillo del pueblo llano (porque está claro que a sus 40 ladrones no les duele), va perdiendo el poco apoyo popular que le queda al PRI. Y cuando parecía que no podía estar peor parado ante la opinión pública, hizo lo impensable. Lo único que, tal vez, ningún otro presidente se habría atrevido a hacer. Enrarecer las relaciones internacionales con un país vecino, ofender al pueblo que gobierna (o eso dice hacer), y poéticamente, bajarse los pantalones. 

Ya anda en boca de todos el error garrafal (muchos le califican "suicidio político") que cometió al invitar al candidato republicano por la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump. Quienes están más o menos enterados, saben que lo hizo con la intención de ganarle la mano, y fijar su postura respecto a la política migratoria entre los dos países. Lo que sí sabe todo mundo, es que en sus propias barbas, y en las del pueblo de México, el candidato estadounidense justificó su derecho a levantar un muro fronterizo para frenar la migración, y firmemente dijo que lo iba a levantar. 
La razón de Donald Trump. Imagen de uso público.

El problema no es que dijera que lo iba a hacer, porque al final de cuentas, de convertirse en presidente de Estados Unidos, estará en su derecho de levantar cuantos muros deseé, en su país. Lo malo fue que desdijo a su anfitrión, que acababa de decir que esa reunión era "por construir una relación que nos lleve a darle a nuestras sociedades condiciones de mayor bienestar". ¡Como si ya estuviera hablando con un presidente electo!

Y luego, todavía, el presidente Peña se aventó la puntada de decir que las ofensas de Donald Trump a México habían sido palabras mal interpretadas. ¡Lo justificó! Como si le hiciera falta su espaldarazo al republicano. 

Hasta la candidata demócrata al gobierno de Estados Unidos, Hillary Clinton, reconoció que parte del discurso de Donald Trump ha sido reiteradamente insultante para México, cuando se le pidió opinión respecto al viaje del republicano a México. "Un viaje de horas no compensa un año de insultos", dijo la demócrata.

El veredicto del pueblo mexicano, cuando escuchó cómo su presidente justificaba a Donald Trump, fue unánime: "Ya le dio las nalgas". 

Quien no conoce la historia, corre el riesgo de repetirla.

La pifia. 

El meollo del asunto, sin embargo, no está en la visita de un copetón a un copetonto. Una persona me cuestionó el otro día: "¿Acaso el presidente Peña no tiene asesores que le ayuden?" Es una pregunta muy acertada, de la que todos creen saber la respuesta. Obviamente sí tiene asesores, y ganan una millonada. También están sus secretarios de Estado, que ganan otra millonada. Pero al estudiar el errático gobierno, y la consiguiente impopularidad de Enrique Peña, empieza uno a preguntarse si de verdad secretarios y asesores le ayudan. La visita a México de Donald Trump vendría a responder, quizá, esa cuestión tan importante para la soberanía nacional. O lo que queda de ella luego de un sexenio nefasto.

Primero el servicio de Inteligencia de una potencia europea, y luego un periodista mexicano bien informado, se enteraron que cuando se planteó la idea de invitar a México a los candidatos presidenciales de Estados Unidos, hubo dos voces de mucho peso que opinaron que a Trump no se le debía invitar. Fueron la Canciller, Claudia Ruíz Massieu, y el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. No obstante, se entablaron conversaciones con las casas de campaña de Demócratas y Republicanos para sondear posibilidades. Hasta ahí todo parecía seguir el cauce normal.

El problema radica en que, en realidad las negociaciones para concretar una visita de Donald Trump llevaban tiempo realizándose y ya hasta se tenía fecha. Cuando eso se supo, más de un analista geopolítico levantó una ceja, mientras buscaba razones a la sinrazón. Y es que resultaba absurdo que el gobierno mexicano se mostrara tan interesado en tener como huésped a un político que de muchas maneras ha insultado a México y a su gobierno, y ha amenazado incluso con romper el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, al que pertenecen Canadá, Estados Unidos y México. Por otro lado, la canciller mexicana, Claudia Ruiz Massieu, es abiertamente "anti Trump", y eso no es un secreto para nadie. Si hasta ha ventilado su opinión en redes sociales.

Sin embargo, fue tan bien planeado el secreto, que en la embajada de Estados Unidos en México se enteraron del viaje de Trump menos de 24 horas antes de su llegada, ¡por una consulta del Servicio Secreto! 

Dos leales al PRI. Cortesía: Protocolo.com
Luego de engrasar algunas manos aquí, escuchar cotilleos acá, y hacer las debidas comprobaciones, los analistas europeos comprendieron que, a la vista de los hechos, le habían dado esquinazo a la Cancillería mexicana. Un dato curioso fue que, aunque se mantuvo al margen a la Secretaría de Relaciones Exteriores, al candidato republicano se le concedieron muchos privilegios que el protocolo contempla sólo para visitas de Jefes de Estado.

Cuando Osorio Chong comprendió que la visita de Donald Trump era un hecho, como Secretario de Gobernación le dijo al presidente Peña que eso era una soberana estupidez. Si se concretaba esa visita, se enrarecerían las relaciones con el gobierno estadunidense, y también se ofendería al pueblo mexicano. Como amigo (si es que don Enrique tiene alguno), Osorio se ofreció (como muchas otras veces), a sacarle las castañas del fuego a su jefe. Proponiéndose como cabeza de turco, le pidió que cancelara la visita y le echara la culpa a él, a Osorio, y luego lo despidiera. Enrique le dijo que no. 

Mientras tanto, en la ciudad de Milwaukee, Wisconsin, la Canciller mexicana se enteró de la visita de Trump a México ¡porque lo leyó en el periódico! Claudia Ruíz Massieu se encontraba en la Unión Americana buscando mejorar las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos, cuando leyó en el diario The Washington Post que la llegada del candidato republicano a tierra azteca era un hecho. 

Sobra decir que Ruíz Massieu se enfadó. Alguien de su personal más allegado comentó, extraoficialmente por supuesto, que se había "reemputado". No sólo habían ignorado su bien fundada opinión de que Trump no debía visitar México aún, sino que Enrique Peña había actuado a escondidas de ella. De inmediato la Canciller presentó su renuncia al cargo, y el presidente mexicano, en un último desaire, se negó a aceptarla.

De golpe y porrazo, Enrique Peña Nieto, presidente de México, echó al váter lo poco que le quedaba de aceptación popular (si le quedaba algo, porque los acarreados no cuentan), y se puso en contra a dos políticos de mucho calibre, mucho más inteligentes que él, y por lo menos uno (Ruíz Massieu), con mucho poder respaldándola. ¿Por qué? Los sociólogos dicen que lo único peor que un tonto, es un tonto con iniciativa, pero los analistas se preguntan si realmente fue idea de Enrique Peña. Y lo cierto es que no.

Enemigo íntimo.

Dentro del gabinete de Enrique Peña Nieto, quien más insistió y se salió con la suya, para que Trump visitara a México, fue Luis Videgaray Caso, actual Secretario de Hacienda y Crédito Público, y un ejemplo de lo lejos que puede llegar una mente astuta, una espalda flexible, y una actitud servil... aunque tenga una boca muy grande.

Luego de una reunión que sostuvieron Enrique Peña y Barack Obama, actual presidente de Estados Unidos, el premier mexicano ordenó que se buscara un acercamiento con los dos candidatos presidenciales de Estados Unidos, y asumiendo un papel que no era el suyo, Luis Videgaray inició las negociaciones. La intención tras esas reuniones, era hacer ver a los candidatos lo imporante que resulta para Estados Unidos su relación bilateral con México, así como la contribución de éste a la economía norteamericana. Como si los políticos norteamericanos no lo supieran. 

Algunos creen que faltando ya dos años para que termine el sexenio de Peña Nieto, Luis Videgaray pensó que era su oportunidad de desmarcarse de otros posibles presidenciables (tapados), y convirtió en cruzada personal el deseo de su jefe de hablar "cara a cara" con los candidatos presidenciales. Sin embargo, olvidó que no son lo mismo los pleitos al interior del PRI a las que ya está habituado, que la política en las altas esferas internacionales. 

¿Acaso soy yo, Maestro? Cortesía: Wall Street Journal.
En algún momento alguien le hizo la observación de que Enrique Peña no merecería ni siquiera una mirada de soslayo de Donald Trump, lo que le hizo pensar que conseguir ese encuentro le haría crecer a los ojos del Presidente mexicano. Y a éste le vendió la idea de que Peña Nieto podría ponerle los puntos sobre las íes al neoyorquino ANTES de que se convirtiera en presidente del país más poderoso del mundo. Lo que ocurrió en la realidad ya es historia. 

Pero... ¿Realmente fue la ambición política la que movió a Luis Videgaray a impulsar un encuentro que significó la ruina política para su jefe? ¿O sabiéndose en desventaja insuperable contra priístas más poderosos, más presidenciables, prefirió vender a Peña Nieto como Judas a Jesucristo? Desde luego, el precio habrá sido miles de veces más alto que 30 monedas de plata. Como sea, el hecho de ignorar e incluso ofender a dos políticos leales al partido y al gobierno, y hacer caso de un bocazas, le ha hundido más rápido que el malhadado iceberg al Titanic.

Tal vez nunca se sepa qué pasó por la cabeza de Videgaray. El tiempo dirá, en cambio, quién sobrevive a este descalabro.

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